Antonio Campillo Ruiz, “El Bamboso”.
6 de Diciembre de 2009
Con igual preocupación que para muchos murcianos, no se acaba de leer, recibir e-mails o entablar conversación donde no aparezca lo que llamaré “El desastre de San Esteban”. Es insólita la reacción de los dirigentes políticos, del Alcalde y del directorcito general de Bellas Artes los primeros, al tratar de explicar lo que no comprende nadie: la destrucción parcial del patrimonio cultural de la ciudad de Murcia. Y digo parcial porque, a tenor de lo encontrado en las excavaciones para la construcción de un aparcamiento subterráneo, es casi seguro que en los años sesenta-setenta, cuando se edificó “la gran superficie” de ventas que existe justo al lado así como los edificios colindantes, se destruyó lo que la mayoría de los murcianos no vio o se les escamoteó: la otra parte del poblamiento islámico que podría completar al que se ha hallado. Claro, era la etapa “franquista” donde casi todo estaba “permitido” si se trataba de gente poderosa.
Pero, desafortunadamente, vivimos una etapa neoconservadora que sigue ayudando a los poderosos a conservar su patrimonio y acrecentarlo, destruyendo o construyendo según sus intereses y… el bien común, ¡huy, qué ironía!, ¡el bien común! Las soluciones de estos churubitos chupacharcos, aupados a la prepotencia de las sillas que ocupan, el uno elegido y el otro “designado”, son tan chapuceras como la del mencionado directorcito que, en notorio pasteleo, busca “preservar los restos” y que se construya el aparcamiento. Y este se ubica en el corazón de la ciudad junto a otro existente en el centro comercial aludido, otro de cuatro o cinco plantas junto al primero, en la Avda. de la Libertad y tres más rodeando el “solar” designado para la muerte cultural y no para el ensalzamiento de la ciudad respecto de nuestras raíces y del orgullo de sus habitantes.
Nunca sabremos cuáles son los motivos para que todos los coches de los murcianos deban aparcar en semejante solar, pero estas obras y otras faraónicas en ejecución, son pagadas con nuestros impuestos (excepto los de compra a tiempo determinado para los vecinos) y, probablemente, subvencionadas por el Gobierno de España (de nuestros impuestos igualmente), ese que tanto critican y al que le achacan todos los “males de nuestros males”, no inculpando a quienes de verdad son los responsables de tanta especulación: sus poderosos amigotes y los ineptos banqueros que ocultan o callan sus intereses.
Estos “demócratas de toda la vida” que se apoderan de la simbología nacional y ni siquiera se dignan a presentarse en la celebración del trigésimo primer cumpleaños de la Constitución (dos preguntas Sr. Presidente de la Comunidad: ¿no ha asistido porque ha celebrado el aniversario de la Constitución por primera vez un Lehendakari? o ¿ha sido porque el Lehendakari es socialista?), estos aprendices de gorrillas, digo, indignos designados que lucen en la entrada de su despacho (también pagado con nuestros impuestos) un letrerito con las palabras Cultura o Arte, o esos otros incompetentes profesorcitos “venidos a más a dedo” que critican a catedráticos de arte, arqueólogos, arquitectos, y se ríen de los ciudadanos que pagan sus sueldos, ninguno de ellos merece que les llamemos “representantes” de nada ni de nadie. Para lo que han demostrado talla es para opositar al empleo de gorrilla y, si finalmente consiguen plaza, lo que no es seguro, estarán muy contentos aparcando coches.
Claro que yo creo que, habiendo un precedente cerca de la ciudad, el alcalde de Murcia ha querido copiar el magnífico proyecto de un colega, ya realizado con un “éxito arrollador”. Como demostración palpable de lo afirmado, véase la siguiente fotografía. El éxito de este aparcamiento, su magnífica estética con los “palos de la luz o teléfonos” en medio, ¡ah!, eso sí, pintados, pintados de amarillo para prohibir aparcar encima de ellos, radica en la “intuición” de algunas lumbreras. La palabra prohibir es “muy suya”.
Este aparcamiento surgió mediante el cambio de su calificación urbanística: de ZONA AJARDINADA a APARCAMIENTO PARA UN DÍA, ¡y no se llena ni ese día! El parto fue perfecto. Nacieron plazas de aparcamiento que ni siquiera se cobran, a pesar de estar valladas (¿para qué? ¡para que no haya accidentes con la cantidad de tráfico que tienen, claro!). Que sí hombre, que sí, que no sabes nada: eran plazas para poner “la ORA” pero creo que la vergüenza ajena hizo que quedasen para instalar en ellas un castillo… cristiano, claro está, ya que así se lucha mejor contra los moros, y tres “juguetes hinchables” para los niños durante las fiestas del pueblo. Juguetes a los que no se puede subir ante la amenaza de graves quemaduras por la “solanera” insoportable que cae durante esos días y que provoca en los plásticos un “calor especial”. ¡Vamos, como en Sevilla! ¡Ah!, no, en Sevilla es un “color especial”. Siento el error.
En la fértil tierra que fue de Juanito, “El Butifarra”, que cuidaba con esmero y mucho cariño, y que llegaba hasta casi el Polvorín de los hermanos Mateo, en un lugar que continuaría la zona ajardinada que existe a su oeste y donde las plantas herbáceas, leñosas, aromáticas, además del arbolado y alguna fuente que hiciese oír a los conciudadanos el agradable sonido del agua, existe hoy un monumento a la ineptitud, ineficacia, despilfarro y falta de sensibilidad.